martes, 14 de mayo de 2024

125 gramos de hartazgo.

Es poco pero se sienten como 12 toneladas sobre el pecho, es el remanente de esa frustración adolescente combinada con la adulta percepción de que no debo de soltarla.
Porque a veces no se está de humor para poner la otra mejilla, y ponerte en su nivel es muy apetecible sobre todo si le vas a pagar no con la misma moneda, sino con un billete más grande y vaya que se pueden quedar con el cambio.
Cuando estáa cansado de no llenar las expectativas de la gente y de vivir bajo el juicio de las miradas.
La certeza de que no es que seas John Wick pero las ganas de vengarte dan vida y ganas de vivirla.
Cuando la realidad se siente desdibujada y las intenciones de todos se sienten sombrías.
Es ese instante cuando empiezas a repartirlo:
Veinte gramos son para el gracioso, el que no es solo el payaso sino el circo entero, ese que sus chiste tienen tanta gracia como un discurso de político un lunes por la mañana.
Cuarenta para el que inventa mentiras para ganar atención, o tiene seis años, o un grave trauma parental.
Y el resto va para el resentido, dolido por su fracaso vital, el problema es que quiera que pagues lo que él ha hecho mal.
Fuera de mi pedestal, fuera de mi estado mental, necesito un reinicio, un momento para hallar mi paz.
Dejar ir estos 125 gramos para tener espacio y guardar más.

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