miércoles, 28 de febrero de 2018

Gotas

La primera gota cayó el día que un maestro en la escuela me dijo que nunca llegaría a nada.

La segunda gota cayó cuando mis padres dijeron por primera vez que los había decepcionado.

La tercera gota cayó cuando mis primeros ojos enamorados conocieron la mirada fría de la indiferencia.

La cuarta gota cayó cuando mi abuela se fue y conocí lo que es la impotencia ante la muerte.

La quinta gota cayó cuando alguien que era peor que yo intentó humillarme y terminé por creerle.

La sexta gota cayó cuando por fin llegué a esa estación llena de gente esperando por alguien, pero ninguno me esperaba a mi.

La séptima gota cayó cuando me di cuenta de lo súbito y cruel que puede ser el tiempo.

La octava gota cayó en ese momento cuando espere que el apoyo que ya daba me fuera devuelto y me quedé sólo.

La novena gota cayó cuándo comprobe que aquella promesa de volver a vernos, o al menos mantenernos en contacto, fue simplemente producto de la emoción del momento y que no se iba a cumplir.

Y así se desborda el vaso de la vida, así caen estás gotas que invariablemente tratamos de vaciar como mejor o peor sabemos y podemos.

Vaciarlas con medicamentos, terapias, amistades, sexo, deportes, viajes, alcohol, drogas, relaciones, inclusive verterlas en otros vasos.

La constante reside en que después de vaciarlas siempre vuelven a caer, a un ritmo poco constante, nada predecible, pero caen.

Y la décima gota caerá, como cayó la anterior y caerá la siguiente, solo es cuestión de tiempo y de seguir viviendo.