Hace no mucho decidí dar un pequeño paseo por el muelle, me encontraba anormalmente solo pero eso no me causaba ningún pesar, solo dejaba que mis pies siguieran sus instintos y que frenaran cuando lo desearan, se que se supone que no debería haberlo hecho, pero, la nostálgica atmosfera de una tarde que agonizaba me orilló a encender ese último cigarrillo, mientras la vista del océano me inundaba yo tomaba asiento en “mi banca” para así dar lugar a mi cita con esa extraña mezcla de sensaciones que habitaban mi mente esa tarde.
En mi cabeza se rebatían al compás de un tórrido tango los recuerdos y las dudas, mientras que las quejas se quemaban al vuelo del humo de aquel último cigarrillo, y mis ojos permanecían sumidos en el vaivén de las olas, mis pies clavados en el suelo de aquel viejo y desolado muelle, mis manos vacías, y unos sorbos de whiskey cortesía de mi vieja licorera fungían como el perfecto soborno para mantener el silencio.
No sé con certeza cuanto tiempo permanecí inmóvil e inmerso en esa desastrosa y a la vez estética danza pero ya estaba entrada la noche cuando la brisa oceánica que acariciaba mi rostro emuló el tono de esa voz y me trajo de vuelta a la realidad de una manera estrepitosa.
Y aún ahora no sé con certeza a quien culpar, si al alcohol o a su recuerdo, pero esa leve y agradable sensación de embriaguez me hicieron ponerme de pie y empezar a caminar hacia el mar, al contacto con aquel salado líquido me sentí aliviado, con un dejo de libertad insuperable y como si el agua tuviera el poder de restaurar los ánimos y los sueños hacía ya bastante perdidos, hasta que una solitaria e insolente ola arrastro mi cuerpo hacia la orilla de la playa y después de arrastrarme y medio recuperar el aliento lo unico que atine a murmurar fue un nombre.... su nombre.