martes, 1 de agosto de 2017

Tarde

Tarde, muy tarde, como casi todas las mañanas.
Sin peinar y sin apenas maquillarse, tarde.
Muy tarde, sin sombrilla y con una tormenta que se avecina.
Apenas con un viejo sueter, resultando en que el viento me haga tiritar, y voy retrasada.
Con el desayuno todavía caliente en la bolsa y esa sensación de que vas a perder el tren de manera inevitable, así de tarde.
La culpa es de la serie de televisión que vi hasta muy tarde anoche o del viejo calentador de agua del apartamento, ese que se tarda bastante en funcionar, el caso es que esta mañana rompí mi récord personal de retrasos.
Tengo que admitir que nunca he sido muy hábil corriendo en tacones, así que voy dando tumbos mientras intento equilibrar la bolsa, no fracturarme un tobillo y además querer olvidar el hecho de mi retraso.
Ni siquiera me detengo a regresar el habitual saludo que diario me dirige el anciano del puesto de periódicos, voy tarde y su galantería matinal  no está en el programa.
Veo la estación a lo lejos, pero el tumulto de gente parece no tener la misma prisa que yo, es frustrante.
Subo la escalera de manera torpemente rápida, al llegar arriba experimento una mezcla de una respiración entre cortada y sudoración profusa con una leve esperanza de que el tren se haya retrasado, como yo.
Me muevo hacia el andén, jadeando por mi obvia falta de condición física y me encuentro con el tren cerrando sus puertas y empezando a avanzar.

... Tarde, muy tarde.