martes, 11 de octubre de 2011

La estación de cada viernes.


Y mientras esta ciudad se encuentra absorta en su recurrente obstinación por malgastar su vida en las confusas y lluviosas calles de esta gris urbe yo vuelvo a mi subterráneo refugio, un mundo del que no todos tienen el placer; o la desdicha, según sea el caso; de conocer.
Esta estación que cada viernes desnuda mis secretos al ritmo del ensordecedor ruido del tren, donde el andar fluido y monótono de sus transeúntes ocultan mi presencia y, en la cual la luz del vagón principal ilumina difusamente la total penumbra que mora esta corrupta mente… Y aún con toda esa luz no puedo distinguirte entre la multitud.

¿Dónde se encuentran aquella sonrisa fresca y esa conversación audaz, esa presencia soberbia y mucho más? ¿Acaso incluso aquellos amigos que fungían como compañía y excusa para esas tardes de viernes también han decidido partir junto contigo?
Y ahora que tengo las arterias llenas de “hubiera”, un corazón aletargado y unas manos temblorosas ante todo,  yo sigo aquí y tú te ausentaras, pensando en que a veces te costaba entenderme.
En estos momentos incluso verte para obtener un saludo indiferente, una mirada fría, o un gesto que demuestre cuan patético soy sería poner fin a una tortuosa espera,  aunque al momento en que abordes y vuelvas tu mirada hacia atrás demuestres que en realidad todo esto te divierte.
Y si en vez de tomar ese tren te quedaras… ¡Bah! Simples ensoñaciones mías, mientras tengo la mirada dividida entre la escalera que da entrada a esta estación y el andén, esperando, estorbando… como cada viernes.