Desde mi trinchera llena de buenas intenciones, en la que me bato a duelo con la disolución de mi sanidad mental, siendo autor y testigo de cómo mi ciclo de sueño está igual de destruido que mis hábitos alimenticios.
Desde este ínfimo reducto de mi cordura sigo viendo como el mundo es más extraño de lo que alguna vez acepté que era.
Pareciera que el sentido común y el pensamiento crítico son cada vez más un súper poder, casi al nivel de aquellos míticos seres de las historietas, aquellos que vuelan, rompen paredes y disparan rayos por sus ojos, así de increíble parece hoy en día el sentido común en la gente.
Y mientras tanto yo estoy aquí, estoy tratando de sobrevivir a una rutina que se antoja cansina, a una realidad con sabor a pan con lo mismo, subsistiendo entre días que se suceden como frías fotocopias.
A veces creo que todos nos sentimos así. Todos somos supervivientes de esta guerra invisible contra el desgano, la desilusión y el agotamiento mental. Porque realmente todo sigue igual: el mundo sigue girando, las ciudades siguen en movimiento, la vida sigue su curso. Pero debajo, en algún lugar profundo, algo parece haberse desmoronado, algo no se siente bien pero todos hemos decidido ignorarlo, que sea el eterno elefante en la habitación el cual nos negamos a enfrentar.